martes, 24 de septiembre de 2013

Críticas de cine y comentarios a películas: Persona




¡Buenas tardes cinéfilos! Tras dos días de silencio en Claudia y el cine, hoy lo dedicamos a Persona (1966), imprescindible cinta vanguardista de Ingmar Bergman, protagonizada por dos de sus eternas musas suecas, ambas extraordinarias, Liv Ullmann y Bibi Andersson, que además enamoraron a Bergman dentro y fuera de la película; y en la cual el director confiesa haber alcanzado su cúspide creativa (junto a la posterior Gritos y Susurros). Asimismo, es interesante el dato de que Bergman escribiera Persona en una situación de crisis personal, cuando se encontraba ingresado en el hospital Sophia a causa de una pulmonía y una grave intoxicación de penicilina.

En este filme se presenta a una actriz (Elisabeth Vogler) que decide no volver a pronunciar ni una sola palabra más y, por tanto, no volver a representar ningún papel. Intenta esconderse de sus papeles, de sus máscaras, de las miradas de los otros para encontrarse consigo misma. El problema de la identidad de las personas recorre la pantalla mediante el monólogo y el predominio de los primeros planos, a través de la relación entre enferma y enfermera, Elisabeth y Alma consecutivamente, las cuales se hallan en una isla desierta, alejadas de cualquier contacto con la sociedad, y pudiendo así descansar de la separación entre lo que somos para los otros y lo que somos para nosotros mismos.

Así, entre enferma y enfermera nace un vínculo cada vez más estrecho en el que se debilitan los límites entre una persona y otra, ¿por qué yo soy yo y no tú? Ya Milan Kundera en La insoportable levedad del ser escribía que “El carácter único del yo se esconde precisamente en lo que hay de inimaginable en el hombre. Sólo somos capaces de imaginarnos lo que es igual en todas las personas, lo general. El yo individual es aquello que se diferencia de lo general, o sea lo que no puede ser adivinado y calculado de antemano, lo que en el otro es necesario descubrir, desvelar, conquistar. Tomás, que en los últimos diez años de ejercicio de la medicina se había ocupado exclusivamente del cerebro humano, sabe que no hay nada más difícil de aprehender que el yo. Entre Hitler y Einstein, entre Brezhnev y Solzhenitsyn, hay muchas más similitudes que diferencias. Si se pudiera expresar con números, hay entre ellos una millonésima de diferencia y novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve millonésimas de similitud. Tomás está poseído por el deseo de apoderarse de esa millonésima y cree que ése es el sentido de su obsesión por las mujeres. No está obsesionado por las mujeres, está obsesionado por lo que hay en cada una de ellas de inimaginable, en otras palabras, está obsesionado por esa millonésima diferencial que distingue a una mujer de las demás mujeres.” Pero en Persona sucede justamente lo contrario: la identificación de una persona con otra: ¿Qué sucede cuando te encuentras con otra persona en la que te ves a ti mismo? ¿Y si te sientes unida inextricablemente hacia el otro? ¿Es posible ser al mismo tiempo dos personas? Elisabeth se conoce a sí misma a través de Alma en una búsqueda obsesiva por la verdad, camino en el que la una le dice a la otra lo que ni siquiera nos atrevemos a decirnos a nosotros mismos.

Aunque no se habla de almas gemelas, sino más bien de dos partes de una misma persona escindidas en dos personas (Elisabeth y Alma), que encarnan una dialéctica de amo y esclavo, de muerte y vida. En este caso, Elisabeth es la actriz, la máscara, la que está enferma porque no es ella misma, pero al mismo tiempo la ama de la relación enferma-enfermera, en tanto que la tendencia a la destrucción prepondera sobre la vitalidad. Mientras que Alma es eso mismo, el alma de la actriz, su esencia, la verdad, la que tiende a la vida, de ahí que sea la enfermera, porque es la que la cura de las mentiras que representa ante los otros para ocultar las infamias humanas. Por tanto, Elisabeth Vogler (del hebreo “el-i-sceba”, que significa “Dios es mi juramento”) es, contraria al significado de su nombre, atea; es la parte de la persona que domina, es la muerte la que lleva las riendas de la vitalidad de Alma, retratándose en la película una alegoría de la nada, de las personas que “no se esfuerzan lo suficiente” (Dogville), de las personas en las que no concuerdan las acciones con sus pensamientos. Y, de este modo, la imposibilidad de futuro, porque para Bergman el ateísmo burgués manifiesto en sí mismo conduce a la desolación de la vida y, por tanto, duda de que el arte pueda y deba ayudar al hombre.

¿Y quién soy yo y tú sino un cúmulo de máscaras que ponemos en nuestros rostros para sobrevivir? ¿Y no es el actor una máscara que se coloca una de las máscaras del yo? Bergman asegura que el tema calderoniano de su película es “la máscara que llevan los hombres”. Y declara: “Alguna vez he dicho que Persona me salvó la vida. No es una exageración. Si no hubiese tenido fuerzas para terminarla, probablemente hubiera quedado fuera de combate. Fue significativo que por primera vez no me preocupase de si el resultado sería popular o no. El evangelio de la comprensibilidad, que me metieron en la cabeza desde que sudaba como negro de guiones en Svensk Filmindustri, pudo irse al infierno. […] Hoy tengo la sensación de que en Persona –y más tarde en Gritos y susurros- he llegado al límite de mis posibilidades. Que en plena libertad, he rozado esos secretos sin palabras que sólo la cinematografía es capaz de sacar a la luz.”

¿Os gusta esta película? ¡Espero vuestras opiniones!

Puntuación: (10/10)

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